La costa catalana, una selva en verano

11/08/2018

La falta de vigilancia facilita que las normas de navegación y de pesca sean ignoradas y se abuse de la utilización del litoral.

Donde rompen las olas comienza un mundo diferente del reguladísimo y vigilado espacio terrestre. El espacio marítimo litoral es competencia del Estado, que la administra a través de las capitanías marítimas, supeditadas a la autoridad militar hasta el 1992 y, des de entonces, dependientes del ministerio de Fomento. Pero la vigilancia que realizan las capitanías es prácticamente inexistente, simbólica, de manera que el espacio marítimo litoral es un mundo donde resulta muy sencillo saltarse las normas. Y el abuso se convierte en la norma.

Las normas de navegación obligan a los barcos a mantener una distancia de cincuenta metros respecto de la costa, y regulan que las naves que entren en esta zona de cincuenta metros lo habrán de hacer a muy baja velocidad, de la misma manera que no se puede superar los 3 nudos de velocidad en la circulación dentro de un puerto. Las pequeñas embarcaciones privadas raramente respetan estas distancias, pero tampoco no lo hacen los cruceros profesionales que transportan pasajeros. El impacto de estos últimos en la zona por donde disfrutan del mar nadadores, submarinistas o embarcaciones a remo es mucho más grande.

También se prevé una zona dentro de la cual no se pueden calar palangres, unos aparejos de pesca habitualmente compuestos por dos boyas nombradas popularmente gallos entre las cuales se disponen anzuelos en diferentes cantidades.

Algunos palangres pueden extenderse a lo largo de quilómetros y contener centenares de anzuelos. Estos artes de pesca han de estar a un mínimo de cien metros de la costa, nunca en un fondo de menos de 10 metros de profundidad y han de ser señalizados tal y como prevé la normativa. En la práctica, muchos palangres se calan a tocar de la costa, marcados con un simple bidón y pescando en zonas donde se refugia el pez pequeño y los ejemplares jóvenes, incrementando así la sobrepesca que está convirtiendo nuestro litoral en un paraíso muerto.

También generan un gran impacto las grandes embarcaciones que llevan turistas, generalmente grandes grupos de adolescentes, a disfrutar de fiestas en el mar. Ocupan grandes espacios con sus esloras y el ruido expulsa las pequeñas embarcaciones o bañistas que quieran disfrutar del mar con tranquilidad. Fondean libremente a tocar de la costa y hacen negocio explotando un espacio público sin limitaciones.

 

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